top of page

Silencio, Cuenca.

La magia del avión hace que desayunemos en Buenos Aires, almorcemos en Lima y cenemos en Cuenca. Del ruido de Buenos Aires, al calor de Guayaquil, y al silencio de Cuenca.

Y vaya que hace ruido en Buenos Aires. El ruido explosivo y sordo del 3° gol de Boca, que hace sacudir a La Bombonera. Y pensar que hace unas horas estaba en esa cancha, 2 a 0 abajo contra Quilmes a los 10 minutos. Y sin haber armado aun la mochila. Pero dos pelotas que volaron por arriba de las nubes hicieron salir el sol. Siempre sale el sol arriba de las nubes.

Y vaya que hace calor en Guayaquil. Calor húmedo, cuesta respirar. Nuestras gotas de transpiración no llegan a caer que ya se evaporan a la altura de las cejas. Alguien me dice que llovió tres días seguidos y recién sale el sol. El agua hierve bajo nuestros pies, estamos en una cacerola. Estamos evaporándonos. Estamos convirtiéndonos en una nube.

Y vaya que hay silencio en Cuenca. Son las ocho de la noche y la ciudad duerme. O está muerta, no lo sabemos. Estamos en febrero y hace dos horas ya anocheció. Alguien nos dice que estamos en invierno. Pienso… Si estamos sobre la línea del Ecuador… no debería existir el “invierno”, ¿no?. Me dibujo un globo terráqueo en la mente y las cuentas no me dan. El verano debería ser igual al invierno, y el otoño a la primavera. Raro. Silencio.

Sólo se escucha el rechinar del piso de madera de nuestro hostel. Tenebroso. Se llama “Siberia”, pero lo apodamos “La Pocilga”, y luego, cuando le tomamos cariño, “La Poci”. Barbi dice que se parece a un hospital abandonado, yo a un orfanato, también abandonado. Y tengo miedo de que una niñita siniestra salga durante la noche del armario verdecito pálido.

Barbi me obliga a bañarme. Dice que tengo olor a chivo. Pero no nota y no se queja del olor a rinoceronte muerto que hay en el baño. No puede ser, ni después de haberme comido la pizza de longaniza, cebolla y peperoni, la “guatita” y el “seco de pollo”, puedo llegar a producir tan nauseabundo olor como el del baño de La Poci.

Cuenca es rara, Silenciosa y rara. En ese silencio de la noche, caminando por la Simón Bolívar, Barbi dice “es un pueblo fantasma”. “Para mi que es de mentira, esas casitas coloniales son una maqueta y atrás no hay nada. Es eso, o fue devastada por una epidemia zombi”, le respondo. Dos personas se acercan gritando “váyanse, váyanse ahora, que acá no hay nada, esta ciudad está muerta”. Eran dos chilenos: el cantante y el tecladista de una banda de cumbia argentina, “Generación X”, cuentan. Están de gira, su hit es “El Borrachito”. A Barbi le suena. Es probable, ella tuvo como ídolo al cantante de Mala Fama.

En el silencio de esa misma noche, una calle cambió de lugar. Estamos un poco perdidos, si. Y las casas son muy parecidas. Pero estamos seguros que miramos el cartelito de la calle en una de los extremos de la plaza central, la Calderón, y estábamos sobre la calle “Benigno Malo”. Atravesamos la plaza, en la otra punta de la manzana, o sea en el vértice opuesto de la manzana, miramos el cartel, y aun más perdidos, estamos en la “Benigno Malo”. Miedo.Si, se llama “Benigno Malo”. Raro. Y cambió de lugar. Aun más raro.

En el silencio de la mañana, en esa misma plaza, del lado de alguna de las esquinas de “Benigno Malo” seguramente, suena una trompeta, bombo, platillos, flauta, saxo y hasta un wiro… ¡Son policías! Los que tocan son policías. Unos diez uniformados, con gorra, chaleco, se calzaron los instrumentos y tomaron posesión de la Glorieta. Suena raro, si. Pero suenan bien. En el silencio, pintó carnaval. Con Barbi inauguramos la “pista”. Copamos la plaza. Bailamos cumbias y cuartetos “a la argentina” con otra señora. Barbi comandó un trencito bajo una lluvia de espuma. Estamos blancos y mojados. Somos como una nube. Bailamos y nos convertimos en nube.

Cuenca está dentro de una nube. Para mi, pareciera como si hubiese sido dibujada para vivir en una nube. Los rojos, verdes y amarillos de las fachadas de las casitas resaltan en el gris constante del cielo. La garúa pinta de bermellón profundo las tejas coloniales, y de verde flúo el olor húmedo de la plaza. Una llovizna que no se siente y no se ve moja nuestras caras. Una llovizna que no se siente y se ve ilumina el aura de las farolas.

En Cuenca no hay sol, no hay luna. Sólo gris, blanco. Pero en el negro de la noche, debajo de las nubes, hay estrellas. No arriba, sino a los costados. Pareciera, creo yo, que como no tenían cielo, sembraron las laderas de los cerros de alrededor con casitas y sus lucecitas. Estrellas me rodean, a mi altura, como los flashes de las cámaras en las tribunas de La Bombonera.

Cuenca es rara. Y en su colorido silencio no hay mucho por hacer. Sólo caminarla. Mucho, toda. Sus callecitas, sus subidas y bajadas, su arroyo, sus adoquines. Perderse y encontrarla. Ahí, silenciosa, colorida. Y gris.

Caminarla, fotografiarla y escribirla. Su silencio no entra en una foto, su color no entra en una palabra. Barbi camina, yo le saco fotos. Barbi se frena, yo las escribo. Barbi también escribe. Barbi me lee. Barbi me saca fotos mientras escribo, y yo estoy escribiendo sobre las fotos que saqué. Silenciosa como esta hoja, colorida como una foto. Así de rara es Cuenca.

Todos los capítulos: 

© 2023 by NOMAD ON THE ROAD. Proudly created with Wix.com

  • b-facebook
  • Twitter Round
bottom of page