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Puerto López: su silencio o mi sordera.

¡Goool! Gol, carajo, gol. Vamos Boca, la puta madre. Gol, gol.Qué lindo gritar un gol de Boca así. Juega Boca por la Copa, allá en Guayaquil, contra el Barcelona. Acá en Guayaquil. Estoy en Puerto López, a unosDe visitante. 200km de aquella ciudad. Son todos de Barcelona, todos. Andan con su camiseta amarilla por todos lados. Estoy viendo a Boca en una pantalla gigante en la playa, en un bar. Estoy en malla, y de fondo se ve un atardecer rojizo. Barbi fue a comprar para hacer unos fideos, hoy cocinamos. Estoy solo entre 30 rivales. El gordo del bar se me acerca, me habla del partido. Se da cuenta que soy bostero. El tipo del supermercado ya me conoce, me carga porque jugamos un primer tiempo malísimo. Estoy solo entre más de 30 camisetas amarillas rivales, igual que el Burrito Martínez dentro del área para empujarla. ¡Gol! Lo grito con todo. Sé que me van a mirar como el culo, mínimo. Pero me hice amigo de un par, no creo que me linchen. Lo grito con todo. Salgo apretando los puños y descargando puteadas hasta el medio de la calle. Creo que grité muy fuerte, y mal, bardié. No sé, no me escucho. Pero viene Barbi asustada y dice que escuchó el grito desde la otra cuadra. Dice que dice, bah, no sé. No la escucho. Se preocupa, me pregunta si alguien me dijo algo. No sé, no los escucho. Estoy sordo, mal. No sé. No escucho una goma, posta. Estoy un toque cagado. Hace unos días que me fui quedando progresivamente sordo. Hoy no escucho nada, de nada, en serio. Ella me habla, yo asiento con cara de nada, sin haber escuchado. Mi amigo del supermercado lo mismo, lo último que le escuché decir fue que le gustaba Charly, Fito y Spinetta. Y después, silencio. Desesperante silencio. No sé si habrá sido el mar, la arena, el viento de la chata en la que hicimos dedo por horas, el barco en el que Pescado.fuimos a la isla de Salango, el snorkel, el surf, la altura acumulada en Chimborazo, Quilotoa, Quito, Cuenca… O todo junto. O sea, pasamos de los 5.000 metros sobre el nivel del mar de Chimborazo, a sumergirme varios metros y nadar con pececitos de colores bajo el Océano Pacífico… pero, ¿ahora me quedé sordo? Siento como si se me hubiese “gastado” el sentido auditivo. ¿Se gasta la audición? Barbi ya me odia. Me habla y no le contesto. No la escucho. Y yo me odio. Hablo y no me escucho. Me da miedo, ¿me estaré quedando sordo de verdad, por completo? Escucho silencio. Escucho la profundidad del silencio, la profundidad del mar. Se siente eso, se escucha ese silencio sordo de estar sumergido en un océano azul oscuro entre rocas. Escucho ese mar en tierra, escucho esa profundidad en el avión de vuelta, escucho esa paz zumbar aun también al llegar a esta selva gris. No sé si estoy sordo, o es que me dejé la cabeza ahí abajo del agua. Será qué Puerto López es la última parada antes de volver a Buenos Aires. Será que no quiero volver ni en pedo. Será que no quiero escuchar. Sólo el rugido de las olas explotadas del Pacífico son lo suficientemente fuertes como para superar mi silencio. Sólo escucho olas. Constantes. Esas olas de la bahía del Parque Nacional Los Frailes, o esas olas poco pacíficas de Ayampe. Los Frailes… ese lugar en el que perdimos el sentido del tiempo. Como en Lost. Entre bosques, lagartijas,Frailes. acantilados, cangrejos de los enormes, y playas en las que sólo se dibujan mis huellas, perdimos toda noción del tiempo, o el tiempo nos dio un changüí: venía calculando el día porque Boca jugaba a las 18:15 de acá, pero al prender la tele, noté que eran las 16:15. ¿Puede ser que hayamos hecho todo el viaje con dos horas de diferencia? ¿Puede ser que recién el último día nos hayamos dado cuenta que estuvimos viajando 20 días con el reloj adelantado dos horas? Qué lindo eso. Ayampe… ese lugar donde hice surf. Bah, “surf”. A Barbi y a todos les dije que había surfeado, que me había parado y todo. Pero no sé si fue tan así. A ella le dije que fuésemos a ese pueblo el último día de nuestra estadía, para despedirnos como corresponde del Señor Atardecer. Puesto que en Puerto López el sol se esconde detrás de una montaña, había que ir al sol a saludarlo. Se lo merece. Se lo va a extrañar. Pero, quizás, tampoco fue tan así. Ayampe es un reconocido centro de surf. Quería despuntar mi antojo de tablita, y a lo grande. Creo que fracasé, pero también creo que puedo llegar a ser muy bueno con la tabla adecuada (me dieron una pequeña, para expertos… será que tengo cara deexperto… o de boludo). Barbi odia a los surfers. No sabe por qué, pero los odia. A mi me debe estar odiando mil entonces. Pero no sé, no la escucho. Por suerte. Está bueno no escuchar tanto a veces. No escuchar el reloj, no escuchar las puteadas de los rivales, no escucharque el avión está por llegar a Buenos Aires, no escuchar Buenos Aires, no escucharme a mí mismo. Total, el sol, el calor, la arena, un beso de Barbi, el agua, los mariscos en la playa, los peces y los cangrejos, las rutas y los atardeceres, no hacen falta escucharlos, hablan en otro idioma. Y ese silencio azul profundo que me traje de Ecuador, me habla. Me habla de colores, sabores, fríos y calores, montañas y mares, calles y goles, paisajes y pasajes, rutas y alpargatas, monos y cangrejos, arena y nieve, aviones, barcos y bondis. Habla tanto Ecuador. Tanto que me dejó sordo, me gastó el oído. O me lo bloqueó, me lo preservó para soportar la vuelta a casa. O simplemente escuché todo eso, junto. Lo cual puede ser, muy probable. Porque ya en casa, el doctor me sacó un tapón horrible de la oreja. Una bolaLa rasta se queda allá. de cosas que tenía un poquito de cada una de esas cosas, recuerdos de Ecuador. Igual, tranquilo, Ecu amigo, te dejé enterrado en tu playa una de mis rastas, cortada a mano con un caracol, a modo de ritual y sacrificio. Nos vemos la próxima, Ecuador.

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