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"Linea 53: Bangkok, La Boca, Ayuttaya. Ramal por Hua Lamphong"

Hoy es 16/2/2557 en Bangkok. O al menos eso dice el boleto del colectivo línea 53 rumbo a la terminar de trenes de Hua Lamphong. Estamos como 550 años más adelante. Al final, lo que pensé en el avión y el juego del tiempo era verdad, vieron.

Hoy vamos a Ayuttaya, las ruinas de la ciudad que hace cientos de años supo ser la capital del reino de Siam (descubrí que los gatos “siameses” se llaman así por esto), pero que luego fue mudada a Bangkok porque las invasiones birmanas los mataban a palos.

Ayuttaya está a 70km al norte, y la onda es ir por la nuestra. Hay excursiones y tours armados en Khao San, obviamente. Pero nuestra excursión es, justamente, el viaje por nuestra cuenta.

Bastante conflictivo había sido nuestro arribo a Bangkok. En el aeropuerto no entendíamos nada. La palabras son dibujitos, rayitas. El idioma… bueno, igual.

Por no entender una goma creo que fue que al final nunca pagamos la visa de ingreso, ni nunca nos revisaron ninguna mochila. Pasamos. Hola, Bangkok.

¿Y ahora? Primero, subte que se convierte en monorriel elevado. Un mal consejo de una local nos hizo bajar mal. Última estación del city train, y taxi. Los taxis son autos de última gama, cuero, lujo, pintados de rosa, verde, amarillo.

El “jet lag” del viaje no despertó antes que el sol, así que salimos temprano a ver cómo ir a Ayuttaya. Caminar hasta la Phra Athik y tomar cualquiera de los tres buses que una señora nos anotó en un papelito, en inglés y en thai. Ahí viene el bondi, éste nos lleva. Es el bondi línea 53. El mismo que me lleva a La Bombonera, que pasa a dos cuadras de mi casa. Pero ahora llega también a Bangkok. Barbi viaja en el asiento de atrás del chofer, yo de la izquierda, adelante, con un viejito. No hay turistas en el bondi, sólo locales. Es ese momento en el que mirás alrededor y te das cuenta que estás arriba de un colectivo de línea en plena Bangkok, Tailandia. Sudeste asiático. Sólo reir, y mirar alrededor.

Tengo un mapa, pero casi no lo miro. No sé cómo mierda, pero me ubico, me oriento. Aun estando en un puto bondi en Bangkok, Tailandia, Sudeste Asiático, sé por dónde ando. Aun queriendo un poco perderme, no puedo. Llegamos a la terminal de trenes de Hua Lamphong. Es como si un tailandés que no habla español se mande solo desde Palermo a Retiro en el 152.

La terminal es enorme, como Constitución. Sin entender los carteles, sacamos boleto en ventanilla y corremos hacia el andén 8. El bondi nos salió 6 baths cada uno, y el tren, unos 70km, 2hs, unos 15 baths. Dos y cinco pesos, respectivamente. Pasa el guarda y todo. Como el viejo Mitre a Tigre. Atravesamos suburbios, autopistas, y se va tornando verde selva a cada estación.

Al llegar a la estación de Ayuttaya, hay que caminar unas 5 cuadras a la izquierda para tomar un bote que nos cruza al otro lado del río. Ayuttaya está construida íntegramente rodeada de ríos de muralla. El único mapa con el que contamos es como dibujado a mano en el Paint por un nene de 5 años. Tiene sólo algunas calles dibujadas, ninguna con nombre. Y los templos, ruinas y atracciones, están dibujados mas o menos por ahí. Es como el mapa de las Hamburguesas Krusty de Homero. Y así y todo me oriento, la puta madre. Sé para dónde caminar.

Son poco más de las 12 del mediodía. Y la cuestión es que a las 18 tenemos pasaje de Bangkok a Chiang Mai. Así que teneos que ver cómo volver antes de arrancar. Ninguno en el pueblo habla siquiera inglés, al parecer. El tren pasa salteado, no llegamos. El bus sale ahora temprano, o ya tarde, tampoco llegamos. Pero nos dicen (con señas y dibujos en un papelito) que hay minivans que vuelven a cada rato. Llegamos, okey.

Ayuttaya es una ciudad. O sus restos. Porque los Birmanos la cagaron bastante a palos. Son ruinas, justamente. Monumentos, templos, todo construido con ladrillos naranjas sobre parques y jardines verdes, con canales y lagos. Hay chedis en punta, murallas, budas. Y hay un Buda recostado gigante, acostado al aire libre sobre el césped, de unos 40 metros de largo. Hay tours en micro, en minivans, en taxi, en Tuk-Tuk (los místicos triciclos motorizados de Bangkok), en bicicleta, y hasta en elefante. Si, en elefante, entre los autos. Y paran en los semáforos. Pero nuestro tour casero incluye un tramo a pata. Mucho, mucha pata. Un tramo en tuk-tuk. Y a la vuelta, hasta un tramo a dedo en auto de alta gama. No hay auto que no sea de última generación de marcas japonesas. Fue un dedo sin querer queriendo. Nos acercamos a una guía que coordinaba un micro, para ver si nos acercaba a Bangkok. Pero nos terminó consiguiendo un super Toyota para nosotros. Nos metimos en un auto, sin entender nada, con un tipo extraño que hablaba por celular en thai. O muy amables, extremadamente. O secuestro y red de trata, directamente. Igual ya arreglé con Barbi que si la secuestra una red de trata, voy a pasearme por todos los prostíbulos de Tailandia, probando hasta encontrarla.

No nos secuestró. Nos dejó en un parque. Caminamos entre jardines, ruinas y elefantes hasta el centro. Minivan hasta Bangkok. Otra vez sin turistas, todos laburantes locales. Y nos dejó lejos de casa en Bangkok, del otro lado del puente, en una estación de servicio que no entra en el mapa. Pero nos dicen que el colectivo línea 30 nos lleva hasta por ahí. Ahí viene, lo corremos. Me ubico. Reconociendo edificios lejanos, el sol, o simplemente orientado porque sí. Llegamos a la Phra Athit, donde partimos. El final fue donde partimos. Entremedio, metimos “selfmade” tour en bondi de línea, tren público, pie, tuk-tuk, Toyota a dedo, más pie entre elefantes, minivans y colectivo de línea. Y nunca pude perdernos.

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