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Bangkok: de Buddhas y calculadoras.

Los Budas son raros. Son, también, unos vivos bárbaros. Son exóticos e intrigantes. Pero también simples y aburridos. Los Budas son gordos y pelados, y de oro puro. Pero también Budas son esos de carne y hueso, y túnica naranja, que deambulan por las calles y templos. Los Budas están sentados de piernas cruzadas, y también están recostados. Hay Budas de oro, de esmeralda, de cristal, de mármol, de roca, de persona. Hay Budas hombres y Budas mujeres. Hay Budas en los altares de los templos, en las postales, souvenires, estampitas, en las esquinas y en las remeras. Hay Budas por todos lados. Todo es Buda. Buda está en todos lados.

Todo es Buda, pero porque soy un ignorante teológico. Me hubiese gustado haber leído algo acerca de qué onda, quiénes son, qué son, qué hacen, qué piensan… Pero no. Así que por lo pronto, todo lo que sea dorado, o rapado, o naranja, o descalzo, o todo quien se haya convertido en escultura, lo voy a llamar “Buda”. A excepción de los pibitos flaquitos rapados de túnicas que se pasean por las calles en grupitos, con sus morrales abiertos. A esos chiquitos los llamo “Budines”. Uh, qué rico los budines. Extraño el dulce de leche.

La cosa sería algo así: cuenta la leyenda que hace muchos años, un tal “Sidarta” le pintó algo y se rajó de su casa de la India. Se fue, así como estaba, sin nada. Ese día llevaba unas túnicas naranjas justo. Y se fue. Al lado de un río, debajo de la sombra de un árbol, se sentó y cruzó las piernas. Y ahí estuvo. Se puso a pensar. Y pensó, mucho. Pero tanto, que se encontró a sí mismo entre la soledad. Y siguió pensándose. Tanto que cayó en sí mismo. Muy profundo. Se dice que el tipo llegó a un estado de propia profundidad más profundo que cualquier otro mortal. Más profundo, más relajado, más puro. Y así se habría convertido en capo Buddha. Y nada, eso. Ahora Bangkok está pintada de oro, de templos, y de tipos naranjas.

Justamente eso es la Golden Mount (Wat Saket). Una gran montaña de oro. Sobre todo para sus comerciantes. En su cúpula dorada, hacia afuera ofrece una imponente vista panorámica del atardecer sobre todo Bangkok, y hacia su interior, ofrece todo tipo de souvenirs para la orda de turistas que agujereamos ese hormiguero de oro.

La Golden Mount está enfrente del Monumento a la Democracia, sobre la avenida de las gigantografías de los líderes de la revolución. En frente, también, hay un campamento de civiles atrincherados resistiendo en un contecto en el que un Rey suprimió por completo el Parlamento. Todo eso, el oro del templo y la trinchera anti rey, enfrente al Monumento a la Democracia.

Más oro (y menos Democracia) hay en el Gran Palacio (Wat Phra Kaeo). Si, “Wat” significa “Templo” en Thai. Es el barrio privado y amurallado de los reyes.Tiene hasta la mansión donde el rey actual va cuando está muy estresado, pobre. Sin embargo, el centro del palacio lo ocupa el templo. Y alrededor, cúpulas de oro, dragones protectores, guardianes caras raras, serpientes y ornamentos verdes, tejas rojas y hasta una réplica de una ciudad antigua en piedra. Todos lo techos, cúpulas y picos se estiran hacia arriba, como queriendo alcanzar el cielo un poco. No sé a qué apuntan allá. Es raro, buscan el cielo, le piden y agradecen a un Buda en un altar allá arriba.

Esa cosa de la altura… Y a su vez, tenés que sacarte el calzado para ingresar a cualquier templo. Creo que es para no ingresar con las suciedades del piso ahí adentro. Y además, no podés nunca, pero nunca, eh, apuntar al Buda con la planta de los pies. Es la peor ofensa, porque los pies son considerados la parte más inferior y degradante del cuerpo por ser la que está en contacto con el suelo. O sea, se le pide al cielo eso que te da la tierra, pero los ornamentos dorados apuntan arriba y prohíben entrar lo de abajo.

No sé, yo creo que no busco eso, pero bueno, para la foto queda lindo todo.

El que posa para la foto es el Buda gigante recostado de Wat Po, ahí enfrente. Y en realidad es una Buda, supongo que será la madre del Señor Buda. Tiene pechos, de como tres metros de diámetro cada uno. Ella mide unos 30mts, tiene cara de fumada y casi que no entra en el templo.

Cruzando el río en barco, se eleva también el Wat Arún. Creo que en su momento fue un edificio guerrero, o algo así, porque hay que subir unas escaleras sumamente empinadas, imposibles para cualquier tipo de invasión. En su terraza superior, se extiende una seda naranja en la que lo visitantes escriben sus mensajes. Entre saludos en chino e inglés, dejé un “Puto el que lee”.

Primera irreverencia de esta pareja de argentos irrespetuosos. Creo que cometí ya, en dos días, suficientes sacrilegios como para ser castigados con pena de muerte en varias reencarnaciones futuras.

Creo que el único acto de fé verdadera es el de cruzar la calle. Las calles de Bangkok son un quilombo. El trazado es sinuoso y desordenado, manejan por el carril izquierdo y no respetan ni un semáforo. Están de adorno, ni los miran. Cruzar la calle se convierte en un acto de fé. Cuando se acaba la paciencia, le agarro la mano a Barbi, miro la otra vereda y me encomiendo al Dios del tránsito, el Buda de asfalto.

Saliendo de nuestro hostel de 4 dólares en un callejón a la vuelta de un Burger King, cruzando una de esas calles, llegamos a la Khao San Road. Es la famosa calle esa de la película “La Playa”, en la que Di Caprio va a tierra a buscar provisiones a la “civilización”. La Khao San se va al carajo en civilización. Es una peatonal superpoblada y saturada de carteles de publicidad, carritos de comida de todos los olores y puestos de ropas de todos los colores, hostels y guesthouses, bares y agencias de turismo. Has sastres que te miden y hacen smokings en la vereda. Hay hasta sillones donde te hacen masaje Thai en la vereda, entre la multitud, mientras te tomás una birra. A los yanquis les encanta eso.

A nosotros nos encanta jugar un juego que aprendimos recién. El de regatear y (a veces) comprar. Se juega así: Te acercás a un puesto, como paseando. Cuando tocás la prenda apuntada, aparece de una lámpara el vendedor. Barbi va por los vestiditos, yo por los pantalones de colores y las camisetas de fútbol. Ahí empieza la cosa. Mostrando cierto entusiasmo, y hasta probándose la prenda en cuestión, uno pregunta “How much?”. Sea el precio que sea, automáticamente Barbi dice amablemente “oh, it´s so expensive”. Mientras yo digo “apa…”, me doy vuelta y me voy. Y ahí pasa algo buenísimo. El vendedor te pregunta a vos “how much?”. Le tiramos, siempre, por ley, un tercio del valor que tiró él. Cuando él dice que no, obviamente, nos vamos. Y el vendedor nos corre. Nos corre con su arma, una calculadora. Y ahí empieza el tiroteo, en el que tendremos todas las de ganar. La calculadora va y viene, de mano en mano, cada parte gatilla su número. No entendemos nada de Thai, ni para escuchar, menos para hablar, y menos para leer. No hay chances, es imposible el idioma. Pero todos nos entendemos en idioma calculadora. Los numeritos unen todas las lenguas y colores. Yo, que apenas hablo español, hablo en calculadora con un tailandés. Y así, ves calculadoras entre thais y gringos, ponjas, brasileros, alemanes. Todos hablando en calculadora en Khao San.

(Todas las fotos de Bangkok, aca: https://www.facebook.com/facu.campos.9/media_set?set=a.10152250701384660.1073741830.577664659&type=3 )

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