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Misahualli: donde los animales son personas, y las personas animales.

Llegamos a Puerto Misahualli. Después de 5hs de adentrarnos en la selva hacia el oriente, La Amazonia, el bus nos deja en la placita de Puerto Misahualli. Nos recibe un mono. Bajamos del bus y lo primero que vemos es un monito gris que nos da la bienvenida.

Me habían contado que Misahualli es sinónimo de monos. Andan sueltos (¿libres?) por toda la plaza, las calles, los techos vecinos. Deben ser como 20. Son grises ceniza, de como 50cm de alto. Y son divertidísimos los bichos estos. Ágiles, inquietos. No te descuides porque te chorean todo, eso sí. Uno va corriendo por la calle y por la espalda le roba un paquete de papas fritas a una nenita. Otro acepta amistosamente unas galletitas de una vieja. Uno se cuelga de la cámara de fotos de un pibe, y otro le roba el sombrero a un viejito y se da a la fuga.

Creo que son pillos. Da la impresión de que hacen su show para ganarse la comida de los turistas. Hacen sus monerías” a cambio de unas galletitas. Pero es raro, es al revés. Su atractivo reside en que hacen cosas de humanos. A la gente le gustan estos monos porque “parecen inteligentes”, Tienen gestos y movimientos de personas. Ese come como una persona. Ese agarra un encendedor como una persona. Ese agarra una piedra como una persona. Ese roba como una persona. Y las personas quieren ver animales que se parezcan a las personas. Y pagarles con comida basura. Como si los monos quisieran bailar por papas fritas. Como si los monos fuesen libres. Dejarlos sueltos en una plaza para que tengan que mendigar y bailar por unas migajas de pan… Bueno, ahí sí se parecen a las personas.

Llegamos a “La Comunidad no-me-acuerdo-el-nombre”. Después de 20 minutos de adentrarnos en la selva bajando el Rio Napo, el botecito a motor nos deja en un pequeño muelle de madera entre los árboles. Nos recibe un tipo. Bajamos del bote y nuestra “capitana” (de ahora en más, “La gorda contrapeso”) nos guía y nos ubica directo en una especie de grada rectangular de madera. Es como una Recepción, digamos. Nos presenta a un tipo que nos va a contar de su “comunidad”. Este tipo tiene un collar de dientes, pinches y piedras… apoyado por sobre su remera “made in USA”.

“Hola, buen día. Les cuento, somos una comunidad que se dedica a la agricultura, a la medicina natural, a la pesca… y al turismo. Así que les voy a ofrecer una demostración de nuestras danzas típicas, ustedes van a poder bailar, también una demostración de una limpieza del Shamán, y una foto con una boa… por 10 dólares. Ah, y también pueden pasar a comprar por nuestro puesto de artesanías”.

¡¿Qué onda?!

A lo que la Gorda Contrapeso, que nos había traído a “visitar” a una “Comunidad”, agrega: “Bueno, chicos, les traduzco. Dice que pueden ver la danza, sacarse fotos con la boa, todo por 10 dólares”.

Si, Gorda, ya entendimos, si el tipo hala español mejor que vos.

Raro, todo medio raro.

Esa recepción era un espacio construido sólo para sentar turistas y venderles el “Combo Comunidad”.

Pienso, ¿habremos sido tan afortunados que llegamos justo en el horario de algún ritual danzado, o también unas pibitas disfrazadas siempre listas para bailar para los contingentes de turistas?

Algo así como los monos de la plaza, ¿no?

Los monos se ganan el pan haciendo de personas, y las personas se ganan el dólar haciendo de monos. Todos hacen lo que no son. El atractivo de cartelera era la personalidad de los animales y la animalidad de las personas.Los monos pueden robar y están amparados en que son monitos.Las personas pueden revender pseudo artesanías y estar amparados en que son “Comunidad”, en que se hacen llamar Comunidad. Palabra inmaculada.

No entiende en qué tipo de comunidad pueden venir dos nenitos con boas en mano ofreciendo sacarnos fotos con el bicho por 1 dólar. Zoológico de animales, zoológico de personas.

Con Barbi ni nos miramos, ni nos hablamos. No hace falta. El aire entre nosotros, y la Gorda y el vendedor comunitario está tenso, está roto. Ambos sabemos que no vamos a poner un mango en este circo. Barbi quiere irse al carajo. Yo quiero perderme, pero haciendo la nuestra. Esto es todo muy raro. Quiero observar. Caminar y observar. Veo chozas de paja. Veo una canchita de fútbol y una de vóley. Hay pibes jugando descalzos. Qué ganas de jugar, la puta madre. No pasamos desapercibidos, obviamente. Barbi, incómoda. Yo, observo.

Un pibe nos sigue de cerca. Siento como si estuviese al acecho para venderme o cobrarme algo. La Gorda insiste con la puta foto con la boa. Pero sin comida, los monos de la plaza de Misahualli tampoco bailan.

Una a favor de esta gente: les guardo un mínimo de mi prudente respeto en el hecho de que, creo yo, nosotros los invadimos a ellos con todo lo nuestro. Quiero decir: Un día vino el hombre, con sus jaulas, sus papas fritas, sus dólares y sus cámaras de fotos. Un día se volvió moda “La comunidad”. Me pregunto ¿cómo reaccionaríamos nosotros si un día se vuelve moda mi familia y tengo turistas sacándome fotos por la ventana, en el baño, o haciendo tours por mi living, y vecinos lucrando alquilando balcones para mostrarme? ¿No tengo, acaso, cierto derecho de obtener yo también algún beneficio? ¿A qué precio? ¿Me pongo una careta de mí mismo y actúo de “Facu” para los flashes? ¿O me tiro a mirar tele en calzones en el sillón como cualquier día, sin careta, pero con dignidad, y que la chupen?

Estos tipos te venden tours, te venden pseudo artesanías, construyen habitaciones para alquilar, venden fotos con animales, venden su danza y su ritual, le ponen cartel de “Shamán” para la foto a una chozita. Se venden ellos, como lo que no son, como cosas. No bailan alrededor de una fogata, bailan alrededor de la guita.

Pero volvamos a Misahualli. Porque no sólo tuvimos que enfrentarnos a “La Comunidad”, sino que también tuve que batallar contra una araña enorme y asesina, una avispa enorme y asesina, y un puto mono ladrón de mates hijo de puta.

Me habían alertado de que Misahualli era sinónimo de bichos, pero estos ya no cuentan como “bichos”, la reconcha de sus madres.

“La batalla de la araña” se dio lugar en la cocina del Hostel Sacha, la cocina donde los monstruos cocinan chicos y eso. Tenebroso.

Estamos muy felizmente escribiendo en la glorieta de nuestra casita del bosque una mañana, mientras llovía, en nuestras hamacas. La choza estaba en el bosque, sobre la playa, a orillas del Río Misahualli, esquina Río Napo. Los turistas que paseaban por la playa envidiaban a estos dos pibes que vivían ahí, claramente.

No sé por qué puta se nos ocurre cocinar. ¡Para qué! Mala decisión. La cocina del terror. Y los fideos baratos con salsa y salchicha, también de terror. Sobre todo si te confundís la “salsa de tomate” con “kétchup”. Fuertecitos los fideítos, fuertecitos.

Ollas de calabozo. Están debajo de la mesada. Fija que atrás aparece el cuco. Muerto, obvio. Miedo. Agarro las cacerolas… “ay, la puta”. Cacerolas al suelo. Miedo paralizante, enmudecedor. La olla esa era de la señora araña, la tenía agarrada ella. Supongo que nos pensaba cocinar a nosotros. La araña más grande que vi en mi vida. Tremenda. Quince centímetros de puro y puto bicho. Feísima la hija de puta. No me quiero acercar, quiero salir corriendo por la ruta.

La dejamos a ella con su olla ahí y pudimos cocinar en otra, unos fideítos en un agua marrón, como si tuviese caldito Knorr. La dejamos ahí, y al rato… ¡la puta!, no está, la araña no está en la olla, se movió, se fue. Me quiero ir, por favor.

“La Batalla de la Avispa” fue épica. Era una noche húmeda, lluviosa en medio de la selva. Apenas unas paredes de tablitas de madera nos separan del afuera, donde variedades de bichos ansían devorarnos mientras dormimos. En el baño hay una ventanita, y su puerta es un mantel.

Un zumbido corta el aire. Debe ser otra polilla, ya casi no me molestan. “No boludo, es una avispa”, grita Barbi, mientras se esconde en el baño. Es una avispa, negra enorme. Tiene el culo más grande que cualquier ecuatoriana. Barbi apenas asoma la cabeza desde el baño. Yo estoy parado arriba de la cama. En guardia. Paralizado.

Quedate acá, no te vayas, le digo mientras planeo una estrategia. Yo parado en calzones sobre la cama. Ella en el techo, al lado de la lamparita. La miro. Creo que me mira. Miro el terreno. No hay escapatoria. Es ella o yo, a muerte. Mano a mano. Barbi en pánico. Yo, sigiloso, busco armas con la mirada. En la cama cucheta dejé tirado mi pulóver marrón, ahí cerca está mi pólar con capucha, y en el piso, ya bastante más cerca de la zona del bicho, mi jean negro y mis zapatillas de treking.

Ágil como el viento, me deslizo en el campo de batalla dando un ruedo, una vuelta carnero sobre la cama, para en un solo movimiento hacerme de mis armas. Me moví primero que mi enemigo. Tengo las de ganar. Debe estar asustada, quizás me tema. El pólar es mi armadura. La capucha protege mi cabeza y el resto cuelga como capa. En mi mano izquierda agito en círculos el pulóver marrón a modo de escudo. Y en mi mano derecha hago un bollo firme con el jean. Me muevo en la cama y preparo mi puño certero como si fuese Nicolino Locche. Pero me siento un caballero medieval luchando contra una avispa en medio de la noche selvática de Misahualli.

Barbi está tan cagada como yo, y quizás no logre ver con claridad la secuencia. Pero la avispa se debe estar cagando de risa. Imagen bizarra, que roza lo patético. Pero yo no me rio. Es serio. Es mi cama, mi casa, mi novia (?). Mo honor, mi orgullo, mi hombría.

Ataco primero, sólo por miedo, claramente. Escudándome detrás de mi pulóver, lanzo un pantalonazo al techo. Es un tiro incómodo, de abajo hacia arriba, pero tiene que ser fuerte y certero. No creo que haya una segunda oportunidad. Tensión. ¿Dónde está?, ¿La ves? Se debe haber enojado ahora. Temo que el mito de cuando era chiquito, de que si molestabas a una abeja, venían sus amigas a ayudarla y vengarla. Espero haberle dado.

Sigue viva, la puta madre. Le revoleé un jean con todo y sobrevivió. Esto viene serio, se pone jodido. Tranquilos, me rearmo rápidamente. Ahora la tengo más a tiro. La tengo ahí, la reviento. El jean va con cinturón y todo. Tiro nuevamente, y me echo cuerpo a tierra. Fallo nuevamente. Preocupante. ¿De qué mierda es esta hija de puta? Ahora se refugia en un rincón de la habitación. Arriba, pero cerca de la cama. Y de mi lado. Está arrinconada, contra las cuerdas. La mato. Con todo. Tomá jeanazo volador, directo al objetivo. No la veo en el techo, no la veo en el piso. ¡Quedó atrapada en una telaraña! ¡Se sigue moviendo! Pasame la zapatilla, antes que se safe.

Crack. Se escucha un reventar crujiente y líquido. La sentí en mi mano, a través de la zapatillota. Explotó. Dejó una aureola de líquido en la suela. Y sigue chorreando. Estaba relleno de veneno asesino la hija de puta.

Tomá. Soy un héroe.

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