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Chimborazo: el lugar más alto de la Tierra, el más cercano al Sol

Riobamba, martes 5am. El bus nos deja tirados, literalmente, en una rotonda (una rotonda, algo así como la de La Tablada a las 3 de la mañana). No hay sombras, alrededor tenemos 3 o 4 caras que casi que lo son. Barbi no los contó, no quiere ni levantar la mirada. Yo estudio el panorama. Se cruzan tres avenidas, infinitas, inhóspitas, tenebrosas. En cuanto el bus arranque y nos deje, nuestra luz se apaga. Mirándonos, guardo mi cuchillo de niño explorador en el bolsillo. No nos decimos nada. Nos reimos. “No se puede creer dónde estamos, no puede ser esto”.

Allá a lo lejos, la única luz, un oasis de gasolinera será nuestro boleto a algún lado. Nuestro refugio, en busca de un pan relleno y un té de desayuno, el Terminal terrestre de Riobamba.

Riobamba, miércoles 10am. Lyly, después de habernos preparado una tortilla, café y frutas de desayuno, una sopa de colores de cena, unos cositos de canela taiwanesa de merienda, y habernos prestado cama, ducha e internet, y hasta servicio de “madre sustituta” por un día, nos lleva en taxi desde su casa hasta el Terminal terrestre de Riobamba.

Terminamos donde empezamos. Pero no terminamos como empezamos. ¿Qué pasó en el medio? Las vueltas de la vida. Las vueltas. La Vida. El Volcán Chimborazo, la vida misma.

Una vez leí por ahí que de las entrañas de los volcanes nació la vida en la Tierra. El vientre de la Madre Tierra da a luz desde su cráter al fuego, las aguas, los cielos, los minerales y la fuerza que da la vida. Algo así como la concha del mundo.

Leí también una poesía de Simón Bolívar que decía que el Chimborazo era el “Padre de Los Andes”. Algo así como el padre de esta familia de montañas hermanas tomadas de sus manos, que une a todos los pueblos.

Leí también que el Chimborazo es el punto más alto de la Tierra: por la curvatura del planeta, está más alejado del centro de la Tierra que el Everest o el Aconcagua. Para mi, es el lugar más cercano al sol. Para mi, como le queda al toque, es a donde viene el sol a refrescarse y a descansar todas las noches.

Ahora leo nuestras huellas en la nieve. Pienso… caminamos sobre una gran hoja en blanco. Nuestros pies se hunden en copos de papel. De a ratos, miro hacia atrás. El camino recorrido es hermoso. El primer Refugio, el de los 4.800 metros, ya hace rato se perdió en la profundidad del blanco. Algunos compañeros quedaron atrás también. Un zorro merodea de cerca. Le tememos, nos teme. Miro hacia atrás. Nuestras huellas van a la par. El viento nos lleva, nos empuja desde la espalda. Adelante, el camino de papel espera a ser escrito por nuestros pies. No hay camino. Sólo una hoja, blanca, y viento. Todo nuestro adelante está en blanco. Nuestros ojos no ven más que blanco. Resplandor. Ciegos, pero sólo de los ojos. La nieve se siente, en los pies, en la cara.

En el camino hay piedras. Negras, muy negras. Rocas escupidas por el volcán. Grandes y chiquitas. Hay muchas. Es como un gran helado de granizado. Las piedras pequeñas, se las esquiva. Las piedras grandes sirven para ser pisadas y darse envión hacia adelante.

Antes de venir leí que el primer Refugio se encontraba a 4.800mts sobre el nivel del mar, y que el segundo a 5.000. Me acabo de dar cuenta que saqué mal las cuentas. Pensé, “hay que subir apenas 200 mts mas, ahí nomás, no es nada”. Pero no, claramente no. Esos 200 mts de altura implican 970mts de dura caminata. Cualquiera mi cuenta.

Y se sienten, eh. La concha de la lora que sí se sienten. Los músculos queman, las tripas se enredan, los pulmones no encuentran aire, pero lo peor es la cabeza. Temo que explote. Hago fuerza para adentro. Cierro los ojos con fuerza, pero escucho el cerebro golpear contra el cráneo. “Tum tum tum”. Con los ojos cerrados asusta. El miedo es que al dar el siguiente paso, un centímetro más arriba, el cerebro y los ojos implosionen. Quiero llegar. Como sea, pero quiero llegar. Capricho, objetivo… quiero estar en lo más alto del mundo.

Barbi no puede más. Cierra los ojos, tambalea. Se sienta para no caerse. No puede subir, no puede bajar. Sólo sentarse a esperar que todo pase. Mis palabras de aliento la levantan de algunas piedras. Pero el viento blanco se lleva hasta mi aliento, mis palabras. Pero el viento apoya su mano en mi espalda y me empuja hacia arriba. Yo apoyo mi mano en la espalda de Barbi y la empujo hacia arriba. Cierra los ojos, sólo camina. Las huellas se convierten en una sola.

Leí que Simón Bolívar, al trepar los “cabellos blancos del Chimborazo”, escribió que en él “Belona se rindió ante el resplandor de Isis”. No caben piedras entre dos manos unidas. El escarpado negro queda atrás cuando una mano empuja a la otra hacia la profundidad del blanco. El blanco resplandece, las manos resplandecen.

No nos rendimos. Belona se rindió ante el resplandor de una de mis lágrimas de nieve al llegar a ese segundo Refugio. Si, mis ojos se rindieron ante ese resplandor. Se me escaparon un par de lágrimas. Belona se rindió ante el festejo de unos desconocidos conocidos que nos abrazan como si fuésemos ellos. Belona se rindió cuando me vio improvisar un taller de tango para 10 ecuatorianos acá a 5.000mts de altura. Belona se rindió cuando Nely, una de esas ecuatorianas, me dice que le gusta Tevez y Riquelme. Belona serindió cuando vio bajar del volcán a Barbi de la mano de un fraile que vino a dar una misa por el cumple de Nely. El fraile, con barbita, anteojos negros y guitarra, con su sotana, sogas y capucha marrón. Una mezcla de Obi-WanKenobi con La Muerte. Belona se rindió, y se fue al carajo, cuando escuchó que Barbi, de la mano del Fraile, le dijo a éste que no creía en dios.

Belona se rindió cuando Fabián se ofreció a llevarnos con su camioneta a donde queramos. Belona se rindió cuando Lyly, a quien habíamos conocido un rato antes, nos obligó a que nos hospedáramos en su casa. Belona se rindió cuando me vio sostenerle la bolsa del vómito a Barbi. Belona se rindió ante el resplandor del sol de la mañana siguiente, de ese sol que vio pasar a la luna recostado sobre el Volcán Chimborazo.

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